Este es el mejor truco para evitar el “cerebro congelado” al comer helado

Disfrutar de un helado en verano es uno de los placeres más simples pero reconfortantes, pero muchas personas han experimentado una molestia que puede arruinar ese momento dulce: una punzada aguda y repentina en la cabeza, conocida popularmente como “cerebro congelado”.
Aunque esta sensación parezca extraña o incluso sin sentido, la ciencia tiene una explicación muy clara, y lo más curioso, es que el remedio que recomiendan muchas abuelas, comer el helado lentamente, realmente funciona, según expertos en salud.
El anestesista y divulgador médico David Callejo, @davidcallejo10 en Instagram, conocido por explicar temas de salud de forma accesible, abordó este fenómeno en uno de sus recientes videos.
Según detalla, esta molestia se debe a una reacción del cuerpo ante el frío extremo que entra en contacto con el paladar al consumir helado, bebidas muy frías o granizados.
¿Por qué se produce el llamado “cerebro congelado”?
Cuando el frío toca el paladar, los vasos sanguíneos en esa zona y en la cabeza se contraen súbitamente. Este proceso, llamado vasoconstricción, reduce temporalmente el flujo sanguíneo.
Como el cerebro es un órgano que depende de un flujo constante de sangre, responde rápidamente a este cambio, ¿cómo? Provocando lo contrario, una vasodilatación repentina, donde los vasos se abren para recuperar el riego, ese cambio abrupto es lo que provoca el dolor de cabeza momentáneo.
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Este fenómeno ocurre con más frecuencia en personas que han tenido migrañas y en adolescentes, ya que su sistema nervioso reacciona con más intensidad a los estímulos sensoriales extremos.
El truco que siempre funcionó
La solución es tan simple como eficaz, comer el helado despacio y calentarlo un poco con la lengua antes de tragarlo. Esta técnica, la cual es la típica recomendación de abuelas, ayuda a reducir el contraste de temperatura, evitando así la reacción vascular que desencadena el dolor.
“Como tantas otras veces, la abuela tenía razón”, concluye Callejo.
Y lo mejor de todo es que este efecto no deja secuelas ni supone ningún riesgo para la salud. Es una reacción natural y pasajera del cuerpo que, con un poco de precaución, se puede evitar por completo.
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