Sobredosis de ternura, esta es la ciudad que tiene demasiados capibaras

Luciano Sampietro se llevó un tubo de aluminio de un metro a los labios y sopló, enviando un dardo con sedantes, relajantes musculares y analgésicos hacia un capibara, el roedor más grande del mundo, el cual descansaba cerca de un estanque artificial.
El objetivo del veterinario es un capibara macho alfa de unos 45 kilos, fue alcanzado en la pata trasera. Sampietro volvió a disparar y alcanzó a una hembra. Al cabo de 15 minutos, unos trabajadores vestidos con los trajes color canela de los guías de safari recogieron a los pacientes dormidos.
Pero llegaron demasiado tarde: la hembra ya estaba embarazada. Así que inyectaron al macho un fármaco destinado a impedir que pudiera preñar a más hembras.
Sí, en los suburbios ricos de Buenos Aires están esterilizando a los capibaras.
Estos roedores rotundos, tranquilos y del tamaño de un perro, originarios de Sudamérica, se han convertido recientemente en los favoritos del internet moderno. Se han catapultado a la cima de las clasificaciones no oficiales de animales adorables gracias a innumerables videos en los que se les ve tranquilos, regordetes y perfectamente dispuestos a dejar que monos y patos se suban a sus lomos. Su imagen adorna mochilas y peluches y, en Tokio, los turistas pagan primas para darles de comer zanahorias en los cafés de capibaras.
El adorable capibara se ha convertido en una amenaza
Pero para algunas personas de un rincón de su tierra natal, el adorable capibara se ha convertido en una amenaza.
Desde la pandemia, los “carpinchos”, como se les conoce en Argentina, han proliferado en Nordelta, un lujoso y pintoresco barrio cerrado de 45 mil habitantes al norte de Buenos Aires. Cuando los residentes se recluyeron en sus casas en 2020, los capibaras empezaron a colonizar los cuidados barrios, al encontrar hierba verde, agua fresca y ausencia de depredadores, según los biólogos contratados por la comunidad.
En los dos últimos años, los biólogos estiman que la población de capibaras de Nordelta se ha triplicado hasta alcanzar casi los mil ejemplares, lo que supone una difícil prueba para la coexistencia urbana de los seres humanos y la fauna salvaje.

Durante una visita el mes pasado, las familias de capibaras pastaban cerca de las pistas de tenis, dormitaban en las canchas de vóleibol y vadeaban en las lagunas artificiales. Justo después de una señal que advertía del cruce de capibaras, una familia cruzó la calle en fila india, iluminada por los faros que esperaban.
Sin duda, admitió la mayoría de los residentes, los capibaras son bonitos. Pero también provocan accidentes de tráfico, se abren paso a mordiscos por los jardines y, en ocasiones, han atacado a algunos de los perros más pequeños de la comunidad.
“Es silvestre contra un perro doméstico, o sea, es completamente distinto”, dijo Sampietro, el veterinario contratado para ayudar a gestionar la población de capibaras. “A mí me ha tocado hacer necropsias de carpincho y es difícil cortar el cuero con cuchillo”.
Pablo Pefaure, uno de los 26 representantes vecinales de Nordelta, dijo que sus vecinos se quejan con frecuencia de los roedores anfibios. “Los ven como peligrosos, los ven como invasivos, temen por sus hijos más chicos”, dijo.
Dijo que a veces los capibaras han seguido a su schnauzer miniatura, Grumete. “Lo que hace que yo no lo deje solo en el jardín porque no sé qué puede llegar a pasar”, dijo.
Su vecina, Veronica Esposito, que estaba sentada cerca, no estaba de acuerdo. “Nunca se acercó ningún carpincho a mis perros”, dijo. “Lo que pasa es que todos dicen que comen las plantas. Sí, las come, pero las plantas vuelven a crecer”, añadió. “Yo no veo el gran problema”.
Esposito forma parte de un pequeño grupo de vecinos que lideran una rebelión contra los controles de los capibaras. Han protestado en las calles, han emprendido acciones legales contra los promotores y han reunido 25 mil firmas para una petición en internet para proteger a los animales. También han atraído a 34 mil seguidores a una página de Instagram donde a veces avergüenzan a sus vecinos, incluida quien había utilizado un látigo para ahuyentar a los capibaras de su muelle.

“Yo creo que a esta altura que sean adorables es una estrategia de la misma especie para sobrevivir”, dijo Silvia Soto, la vecina más enfática. “Su amorosidad nos ha conquistado y estamos todos bregando por ellos”.
Hasta ahora, la lucha no ha funcionado. El año pasado, el gobierno nacional de Argentina inició un experimento para realizar vasectomías a tres capibaras de Nordelta, con la esperanza de comprobar cómo afectaba a la posición de los machos en sus manadas. Si tiene éxito, la práctica podría ampliarse.
En febrero, la organización de Nordelta comunicó a los residentes en un correo electrónico que seguía adelante con un plan diferente: un “plan de vacunación con efecto anticonceptivo”, aprobado por el gobierno local, para esterilizar a 250 capibaras adultos.
Costanza Falguera, bióloga principal de la organización, dijo que su equipo está utilizando una “vacuna” que detiene la producción de esperma e inhibe la ovulación. Requiere dos inyecciones con varios meses de intervalo, pero luego podría durar solo varios meses, lo que significa que tendrían que seguir tranquilizando a los capibaras repetidamente.
No están seguros de cuánto dura la esterilización porque el fármaco Improvac, producido por un fabricante de medicamentos de Nueva Jersey, Zoetis, no se ha utilizado en capibaras. Está diseñado para alterar las hormonas de los cerdos antes del sacrificio para que la carne sepa mejor. “Solo para uso en cerdos machos”, dice Zoetis en su aviso legal sobre el fármaco.
En 2019, Nordelta roció su hierba con el olor de un carnívoro, ahuyentando a muchos capibaras. Pero Falguera dijo que la eficacia disminuyó con el tiempo, ya que los capibaras de Nordelta se alejaron de sus depredadores habituales durante mucho tiempo.
Así que, dijo, la comunidad se decidió por las inyecciones, que, según ella, son mejores que la castración o la vasectomía porque es menos probable que alteren el comportamiento y la dinámica de grupo de los roedores.
En otras palabras, siguen apareándose, dijo, “pero no fertilizan”.

La decisión de esterilizar a los capibaras recayó en última instancia en uno de los hombres más ricos de Argentina, Eduardo Constantini, empresario y promotor inmobiliario cuya empresa controla la organización Nordelta. Su portavoz no respondió a las peticiones de comentarios.
Para los defensores de los capibaras, intervenir en la reproducción de los animales es una escalada del ataque de Nordelta a la especie.
Hace treinta años, Nordelta era un humedal prácticamente virgen donde los capibaras vagaban libremente, cazados por pumas, jaguares, caimanes y cazadores deportivos. A finales de la década de 1990, Constantini empezó a transformar la zona con carreteras, estanques, mansiones, torres de condominios, un centro comercial y un campo de golf diseñado por el golfista estadounidense Jack Nicklaus. La construcción ha sido casi incesante, hay 17 edificios más en marcha, y ahora es el hogar de algunas de las personas más ricas de Argentina.
Soto argumentó que la población de capibaras solo aumenta porque los constructores destruyeron el hábitat salvaje de los animales, obligándoles a salir del bosque e instalarse en los suburbios.
“En cuestión de horas derriban un bosque”, dijo Soto. “¿Qué sucedió a la fauna silvestre? ¿Han muerto? ¿Han sido desplazados?”.
Su grupo está presionando para que los capibaras tengan su propia reserva natural, pero parece haber poco interés por parte de los promotores de Nordelta. “No entiendo cómo pueden pensar solo en vasectomía, esterilización”, dijo.
Un reciente día entre semana, mientras los capibaras pastaban en un parque infantil, Lidia Schmidt y Felipo Contigiani pasaron de largo, sin apenas darse cuenta. El matrimonio estaba de acuerdo en que había que controlar de algún modo la población de capibaras, pero no coincidían en las causas del problema.
Contigiani, quien dijo que solía cazar capibaras de niño, sentía menos simpatía por los animales. “Es un animal salvaje que se vino a vivir a la ciudad”, dijo.
Su esposa le corrigió. “No, la ciudad vino a instalarse donde estaba el animal salvaje”, dijo. “Es al revés”.
Autor: Jack Nicas y Anita Pouchard Serra
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