Narcos persiguen a adictos en recuperación dentro de anexos

| 10:45 | César Uriel Calderón Sánchez | Uno TV
Foto: Cuartoscuro/Archivo

Los centros de rehabilitación para drogadictos en Guanajuato se han convertido en blanco del crimen organizado, donde sicarios entran a matar, extorsionar o reclutar a los internos que buscan dejar las drogas. En esta región, una de las más violentas de México, ni siquiera los espacios dedicados a la recuperación son seguros.

Según testimonios recogidos por la AFP, estos centros —conocidos como “anexos” y muchos de ellos sin regulación oficial— han sido escenario de masacres, desapariciones y amenazas constantes. Incluso los encargados de estos lugares están en peligro: tres de ellos desaparecieron tras asistir a una reunión el pasado 2 de junio.

Centros de rehabilitación, en la mira del narcotráfico

Nicolás Pérez, quien lidera una red con 180 centros en Guanajuato, afirma que ha recibido llamadas de extorsión de criminales que le exigen entregar a ciertos internos. Muchos de los adictos son buscados por narcomenudistas por deudas o sospechas de colaboración con cárteles rivales.

Cuando recibe esas amenazas, dice que “con todo el dolor” contacta a las familias para que retiren a sus hijos antes de que sean asesinados. Su situación no es aislada: los ataques en los anexos se han vuelto comunes, con episodios como la masacre de Irapuato en 2020, donde 26 personas fueron asesinadas dentro de una clínica.

David Saucedo, experto en temas de seguridad, señala que algunos cárteles eliminan a internos por considerar que han sido reclutados por grupos enemigos. Esta lógica de violencia se ha extendido también a estados como Sinaloa, donde en abril pasado un ataque a un centro dejó nueve muertos.

Adicción en aumento y clínicas desbordadas

La violencia ocurre en un contexto donde el consumo de drogas también crece. En Guanajuato, los Centros de Integración Juvenil reportaron que el consumo de metanfetaminas pasó de 10.4% en 2015 a 41.3% en 2021, superando incluso a la marihuana.

En paralelo, el número de anexos aumentó de 150 en 2016 a 290 actualmente. Pérez reconoce que antes había maltratos en estas clínicas, como forzar a los internos a permanecer arrodillados si recaían, pero afirma que eso ha cambiado: ahora hay médicos y consejeros certificados que supervisan el proceso de recuperación.

Aun así, solo uno de cada cinco logra rehabilitarse. “Empezamos a profesionalizarnos, pero el riesgo sigue”, admite Pérez.

Historias de esperanza en medio de la violencia

A pesar del miedo, muchas personas siguen buscando ayuda. Azucena, voluntaria en un centro de Celaya, dejó las drogas hace once años y ahora comparte tareas domésticas, reuniones y ejercicios con otros internos. Prefiere no dar su apellido por seguridad, pero asegura que su mayor recompensa ha sido poder ayudar a otros.

Javier Torres, de 44 años, también se rehabilitó en ese centro. Tras una década sin consumir, recuperó su empleo como maestro y la relación con su hija. “Es el mejor premio”, cuenta.

Nicolás Pérez también tiene una historia personal detrás de su lucha: fue alcohólico y drogadicto durante 20 años. Hoy, como padre y abuelo, asegura que su impulso es evitar que otros vivan lo mismo. “No quiero dejar esta maldita herencia de ignorancia”, afirma.

Autoridades reconocen el problema, pero los ataques continúan

De acuerdo con la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones, las metanfetaminas son ya la principal causa por la que los pacientes buscan tratamiento. Nadia Robles, funcionaria de esta comisión, confirma que el incremento en el consumo está vinculado a la disponibilidad de droga en regiones como Guanajuato.

Sin embargo, el problema no se reduce al consumo. Los ataques a los centros de rehabilitación continúan, y las autoridades locales han sido rebasadas por el poder de los cárteles, que se mueven con impunidad entre las calles y los anexos.

Mientras tanto, los responsables de los centros hacen lo que pueden: devolver a los internos a sus familias cuando reciben amenazas, intentar ofrecer seguridad básica en instalaciones muchas veces precarias y, sobre todo, mantener viva la esperanza de quienes quieren dejar las drogas.