La muerte de las chinampas

Son las seis de la mañana y Don Joaquín ya tiene las manos manchadas de tierra. Su piel está quemada por el sol y sus ojos se perciben cansados, él nos dice que es la edad. Tiene más de 40 años sembrando hortalizas en las chinampas de Xochimilco, su padre le enseñó el oficio.

Su hijo decidió seguir la tradición, sus nietos también. Una generación que todos los días se resisten a abandonar la agricultura, a dejar que sus cultivos se hundan en aguas tratadas o que se pierdan por la maleza que poco a poco devora una de las zonas lacustres que sobreviven en el Valle de México.

En un 20% que se cultiva en toda la zona chinampera es mucho, expresa Don Joaquín.

Se rasca la cabeza y toma un palo hecho de ahuejote, árbol que en los tiempos prehispánicos se consideraba sagrado, y el cual utiliza como remo para mover su embarcación. Nos invita a subirnos.

De las 20 mil chinampas que existían en Xochimilco, la mitad desaparecieron debajo de las ciénagas, el resto se encuentran abandonadas o con poca producción de cultivos, según la Universidad Autónoma de México (UAM). Antes abastecíamos de alimentos a la capital, ahora no queda nada, señala Don Joaquín, mientras detiene la mirada hacia lo que fue una chinampa, que apenas cinco años atrás daba perejil y calabaza, pero hoy es un campo improvisado de futbol, un terreno que se renta por tres mil pesos para jugar cascaritas.

Los mismos campesinos optan por dejar de cosechar ¿quién se quiere dedicar a algo que no es redituable? Dr. Luis Zambrano, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Seguimos el camino, las garzas emprenden el vuelo a nuestro paso. Los trinos de las aves se mezclan con el ritmo del reggaetón que sale a todo volumen de alguno de los 300 asentamientos irregulares que subsisten en la delegación.

La vista es precaria, las cosechas se reducen a los mismos cultivos: calabaza, perejil, verdolaga, cilantro y chile. Don Joaquín nos comenta que la siembra de otras hortalizas es complicada por las plagas. Arremete contra el agua, nos dice que todo el desagüe va a para ahí, al mismo lago que utilizan para el riego.

Apenas se enteran que las verduras vienen de aquí, no pues la gente luego, luego nos dice que aquí regamos con caca, se ríe Don Joaquín.

Pese a estas creencias, el Dr. Zambrano insiste que su consumo no representa un problema para la salud. Sí tiene problemas en ciertos momentos, pero la gran mayoría tiene que ver con coliformes, que se arregla desinfectando las verduras, refuta el científico.

La barca se detiene frente a un sembradío, en medio del plantío se asoma Armando, un campesino de casi 65 años de edad. Le pedimos permiso para subir a su chinampa y él nos da una calurosa bienvenida. Huele a tierra mojada.

Armando, nos confiesa que eso de la cosecha lo hace desde niño. Su declaración coincide con la de Don Joaquín: la contaminación y la poca venta son las razones de que un día no muy lejano, se pierda esta técnica milenaria.

El nivel del agua ya siempre está bien bajo, estamos jodidos, Armando suelta una carcajada, al mismo tiempo que nos ofrece un manojo de verdolagas. Insistimos en pagarle, pero nos explica que el campo es un trabajo solitario y agradece tener unos oídos cerca.

Xochimilco fue sometido a intensas extracciones de agua para abastecer a la capital en la década de los 50. Los humedales se redujeron a la mitad y después de que los manantiales se secaron, las aguas residuales fueron desviadas de la planta de tratamiento del Cerro de la Estrella hacia los canales.

Arribamos al embarcadero de Caltongo. Las trajineras colorean el paisaje que contrasta entre los grises de la urbe con el verde de la naturaleza. Don Joaquín se avienta una predicción: ya verán que en 20 años las chinampas serán un recuerdo.

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