Durante las altas temporadas de cosecha, tan sólo en Michoacán trabajan 120 mil niños en el campo, de acuerdo con la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS).
Margarita fue parte de la estadística. Originaria de Tlapa, Guerrero, emigró a Coahuayana, Michoacán, para trabajar en la cosecha de chile, ahora tiene 18 años y tres hijos. Para ella es impensable dedicarse a otra actividad que no sea el campo, pues la única labor que ha aprendido desde niña es la agricultura y eso es lo único herencia que dejará a sus hijos.
Así como Margarita, desde hace 15 años, decenas de familias indígenas provenientes de los estados de Chiapas, Colima, Guerrero, Jalisco, Tabasco y Zacatecas emigran a municipios como Coahuayana, para trabajar en la siembra de chile de enero a mayo.
En el campo, todos trabajan
Familias enteras trabajan en los chilares. Son largas jornadas bajo el rayo del sol, en las que soportan las altas temperaturas del ambiente, por sólo 200 pesos diarios que son insuficientes para cubrir las necesidades básicas.
Generalmente los hombres son los encargados de la siembra y la limpieza; sin embargo, cuando se acerca la temporada de cosecha, toda la familia se integra a trabajar, desde los adultos hasta los niños.
¿Qué pasa con los niños jornaleros?
Desde los ocho años, los niños se suman a la actividad agrícola, pues las circunstancias económicas los obliga a aportar al sostén del hogar.
Los más pequeños tendrán la fortuna de asistir a clases en una escuela improvisada con una carpa y poco mobiliario escolar. Sin uniforme, sin calzado y aún sin dominar el castellano, los niños reciben educación con validez oficial.
La búsqueda de trabajo, los lleva a emigrar constantemente sin lograr establecerse, lo que impide que cuenten con una vivienda adecuada y que reciban educación escolarizada.
De los 150 niños jornaleros que actualmente se encuentran en este municipio michoacano, sólo 40 acuden a clases, mismas que tendrán que abandonar en mayo al término de la cosecha.
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