Por unos segundos, Valery Díaz se cubrió los ojos y contuvo la respiración para aguantar el miedo. Cuando retiró las manos de su rostro, parte de la hermosa y larga cabellera castaño oscuro que la había acompañado desde la niñez ya no estaba.
Ese fue el precio que debió pagar la estudiante de educación media de 16 años, para conseguir 100 dólares que usará para ayudar a su familia y comprarse un teléfono móvil.
La venta de cabello se ha convertido en una actividad cada vez más recurrente entre las mujeres de los sectores pobres en Venezuela, a quienes la crisis económica las ha forzado a dejar a un lado la belleza personal, algo que forma parte de la idiosincrasia de las venezolanas.
Hoy, en esta nación sudamericana reconocida mundialmente por acumular en casi 40 años más de dos decenas de coronas de los certámenes de belleza más importantes, algunas de sus mujeres ahora recurren hasta el jabón líquido de lavaplatos para asearse el cabello, en parte porque la desbocada hiperinflación de siete dígitos les impide comprar un champú que se vende muy por encima del salario mínimo mensual equivalente a unos cuatro dólares.
La crisis ha forzado a la población, mayoritariamente pobre, a cambiar sus hábitos de cuidado personal y ahora han tenido que reducir las actividades de aseo y embellecimiento para ahorrar los productos, dijo León.
De tener una melena de 60 centímetros de largo, algunas secciones al centro de su cabeza quedaron reducidas a menos de 2 centímetros tras el drástico corte. Valery Díaz observó silenciosamente en el espejo las parte de su cabellera que quedaron largas, mientras al fondo escuchaba a su madre intentar darle ánimos entre risas nerviosas: No se nota, le dijo.
De vuelta al espejo que no deja de mostrarle su cabello corto, Valery Díaz no ha perdido la esperanza de que las cosas cambien.
De hecho, la joven confesó sonriente que sueña -al igual que muchas de sus compatriotas- en llegar al certamen Miss Venezuela. Claro, dijo, cuando "me crezca de nuevo el cabello".