Ras al-Ara, un pueblo costero en Yemen, se ha convertido en el infierno terrenal de miles de migrantes que buscan escapar de la pobreza que azota a la población en Etiopía y que albergan la esperanza de una vida mejor en Europa.
Sin embargo, pocos logran cruzar la pesadilla en que se ha convertido el territorio de Yemen y dejar de lado los horrores que se viven en varios complejos destartalados en el desierto.
Zahra, una etíope de 20 años, sabe bien lo que son esos horrores. Después de soportar seis horas hacinada, junto con otros 300 africanos, en un bote de madera de contrabandistas para cruzar el pequeño estrecho entre el Mar Rojo y el Golfo de Adén, estuvo retenida un mes por hombres armados.
Durante su cautiverio, en una choza con tejado de hojalata, hambrienta y asfixiada de calor, fue violada durante semanas por diferentes hombres cada vez. El tormento lo vivió junto con otras 20 mujeres que se encontraban con ella. Además, era obligada a llamar cada día a su familia para pedirles que enviaran dos mil dólares.
La muerte se pasea entre los migrantes africanos
Entre aquellos migrantes que logran sobrevivir a la larga travesía y después a la tortura, se paseó la muerte acechante. Ante sus ojos, murieron personas que perdieron la vida a causa de los tratos inhumanos.
Varios hombres jóvenes tienen profundas heridas en los brazos a consecuencia de las cuerdas con las que los habían atado. Algunos más tienen marcados los azotes a los que fueron sometidos con un cable. Y recuerdan que las mujeres son violadas y al menos tres hombres habían muerto durante su estancia ahí.
Consultada por la agencia de noticias Associated Press, Eman Idress, de 27 años, narró las salvajes golpizas que recibieron ella y su esposo durante los ocho meses que estuvieron retenidos por un traficante etíope.
Recuerda que el traficante recibió 700 dólares para llevarla a Arabia Saudí, pero no la dejaba ir porque la deseaba.
La migración en cifras
Más de 150 mil migrantes desembarcaron en Yemen en 2018, un aumento de 50% desde el año anterior, según la Organización Internacional para las Migraciones.
Este año habían llegado más de 107 mil para finales de septiembre, junto con, quizá, decenas de miles más a los que la organización no logró rastrear o que fallecieron y fueron quedando en tumbas por el camino.