Más allá de ser una plaga molesta de jardín y desagradable a la vista, el caracol resulta ser una oportunidad para impulsar la economía de cualquier comunidad al ser una fuente para obtener alimento y productos de belleza.
El ejemplo lo ofrece la comunidad del ejido Santiago de Yeche en Jocotitlán, Estado de México, donde con recursos por casi 350 mil pesos se tomó la decisión de aplicar ecotecnias para la sustentabilidad como un sistema de captura de agua de lluvia, letrinas secas y un invernadero para cosechar caracoles.
Tan solo basta un terreno de 40 metros cuadrados para generar de 15 mil a 25 mil caracoles y cuya producción tiene un gran valor en el mundo de la cosmética y la gastronomía gourmet.
"Viscosos pero sabrosos"
El caracol resulta ser un gran productor de colageína y que tiene efectos altamente cicatrizantes y de regeneración para la piel, todo ello contenido en su baba de la cual se pueden producir jabones para la piel o usar directamente a 80% como mascarilla o cicatrizante.
Asimismo, se pueden preparar con ellos desde ceviches hasta sopas, tortitas y ensaladas, con un sabor muy agradable al paladar. Solo basta lavarlos, desflemarlos y finalmente hervirlos o asarlos.
Así, ya sea con pulque, cerveza, agua de sabor o refresco, los caracoles pueden convertirse en un manjar a la par de los tradicionales escamoles, gusanos de maguey y otros tantos que conforman la tradicional comida prehispánica.
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