¿Quién era Alfredo López Austin?

Alfredo López Austin nació en Ciudad Juárez Chihuahua. Foto: Cuartoscuro

Esta mañana  se anunció el deceso de una de las autoridades mundiales en el tema Mesoamérica y del México precolombino: Alfredo López Austin, historiador, investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y profesor de Cosmovisión Mesoamericana.

Nació en Ciudad Juárez Chihuahua, estudió Derecho, Historia y se desempeñó como investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y del instituto de Investigaciones Antropológicas.

Su hijo, el arqueólogo Leonardo López Luján publicó en redes sociales:

“Con profunda tristeza, Martha Rosario Luján, sus hijos, nueras y nietos hacen de su conocimiento la culminación de la vida plena y fructífera de este hombre excepcional”.

Autoridades del mundo de la cultura, la historia y antropología lamentan el deceso de Alfredo López Austin. Descanse en paz quien era considerado uno de los grandes sabios de México.

Algunas obras de Alfredo López Austin

Su obra que hizo énfasis en la naturaleza del mito mesoamericano, la creación del mundo, la antigua concepción del cuerpo humano, trató de entender esta cultura desde el punto de vista indígena. Entre ellas se cuentan:

  • “Juegos rituales aztecas”
  • “Textos de medicina náhuatl”
  • “Hombre-dios. Religión y política en el mundo náhuatl”
  • “Un recorrido por la historia de México”, con Edmundo O´Gorman y Josefina Vázquez de Knaut
  • “Tarascos y mexicas”
  • “Una vieja historia de la mierda”
  • Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana
  • “El conejo en la cara de la Luna. Ensayos sobre la mitología de la tradición mesoamericana”
  • “El pasado indígena”, con Leonardo López Luján
  • “Monte sagrado-Templo Mayor”, con Leonardo López Luján
  • “Calpulli, mitología de Mesoamérica”

Niñez guiada por la historia

Su inclinación por la historia ocurrió a temprana edad, guiado por dos ejes fundamentales: la tradición indígena, alimentada por conversaciones familiares con su abuelo paterno y con un viejo que le platicaba sobre Victorio, uno de los jefes apaches chiricahuas más famosos, y los asuntos religiosos, principalmente sobre mitología grecolatina los cuales abordaba en primaria.

Alfredo López Austin nunca pensó que algún día estas dos grandes pasiones convergieran en su profesión de historiador donde destaca por ser uno de los expertos mundiales en la cosmovisión de los pueblos de Mesoamérica.

Desde niño se mostró apasionado por las religiones antiguas, además de las grecolatinas: leía sobre China, Japón, América y se preguntaba sobre esta visión de conjunto donde surgían y florecían las religiones politeístas, cargadas de mitología y rituales.

Cambió la abogacía por su pasión

Al terminar la preparatoria en su natal Chihuahua, tenía en mente sólo dos profesiones: filósofo o escultor, pero su padre le advirtió que no sostendría como estudiante a alguien cuya carrera no le diera para vivir. Así pues sólo le dejó como opciones: medicina, ingeniería o leyes. Optó por la abogacía –que tenía algo de humanidades– y cursó un año en Monterrey, después se trasladó a la Ciudad de México para estudiar en la UNAM.

Sin embargo, no abandonó el gusanito por la historia. Se metió como oyente a un curso sobre náhuatl que impartía José Ignacio Dávila Garibi, al que asistió durante más de un año. En cuanto se abrió un seminario sobre cultura náhuatl, con el entonces joven Miguel León Portilla, volvió a anotarse como oyente. De tal suerte que al terminar la licenciatura y preparar la tesis, decidió abordar un estudio sobre la constitución de los mexicas y contó con la asesoría de Mario de la Cueva, Dávila Garibi y León Portilla. Su tesis se convirtió a la postre en su primer libro La constitución real de México-Tenochtitlan.

Nunca pensó hacer carrera como historiador, por lo que regresó a su tierra a trabajar como abogado. Luego se convirtió en juez penal. Pero confesó: “admiro a los que les gusta la carrera de abogados y la ejercen muy dignamente pero nunca logré que me gustara, la verdad, me aburría”.

Su aventura hacia la Ciudad de México

Su salvoconducto le llegó con una carta escrita por Miguel León Portilla, entonces director del Instituto de Investigaciones Históricas y del Instituto Indigenista Interamericano, pidiéndole ayuda y ofreciéndole trabajo en México como administrativo.

La oferta era muy tentadora pero aun juntando ambos sueldos no se acercaba a lo que López Austin percibía en Chihuahua. Consultó con su esposa acerca de esta “aventura” y dedicarse a un asunto que lo apasionaba. Después de analizar los pros y los contras, decidieron “quemar sus naves” y embarcarse para la capital a correr el riesgo. “Traje un carrito no muy bueno, venía con un hijo, el otro lo traíamos ‘en el equipaje’ y vino a nacer acá”, rememora.

Como toda aventura, tuvo aspectos positivos y negativos, los cuales supo sobrellevar. Luego de un tiempo se abrió una oportunidad para que pasara de administrativo a académico e ingresó como investigador, en una época donde los requisitos para pertenecer a este clan eran menos estrictos que los actuales.

En sus inicios, recuerda el también historiador, carrera que cursó ya en su estancia en la Ciudad de México, contaba con modestos recursos para hacer investigaciones; no tenían toda la bibliografía ni las computadoras ni todos los códices que tienen los actuales investigadores pero era un trabajo gozoso: escribían con máquina manual, con papel carbón para obtener copias de los escritos, y talento para formular hipótesis, las cuales iban comprobando o descartando.

La receta de la felicidad según López Austin

Alfredo López Austin fue también maestro y doctor en Historia por la UNAM, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, autor de más de 30 libros como autor, editor o coordinador. Su trabajo preferido, aunque no el que más gusta a los especialistas, se refiere a un marsupial presente en la cosmogonía mesoamericana, cuyo relato escuchó entre los huicholes, Los mitos del tlacuache, antecesor de otro clásico suyo El conejo en la cara de la Luna. Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana.

A sus más de 85 años, y en su apacible retiro como investigador, dijo adiós a la vida académica pública, y se dedica enteramente a la investigación y a la docencia. Al hacer un balance de su etapa como universitario, hace ya más de 50 años, expresó: “Me fue muy bien, porque puede hacer lo que quise. Uno de los aspectos básicos de la vida es hacer lo que se nos da la gana”, dice con filosofía. Por eso reitera su sencilla fórmula: “hacer todo aquello que te haga feliz”.

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